“Una mentira no tendría ningún sentido a menos que sintiéramos la verdad como algo peligroso.” Alfred Adler (1870-1937)
“Toda verdad pasa por tres etapas consecutivas: 1º- es frontalmente ridiculizada; 2º- recibe una fuerte oposición; y 3º es aceptada como evidente.” Arthur Schopenhauer (1788-1860)
La verdad suele definirse como la conformidad del pensamiento con la realidad. Pero si de hecho fuese así seria indemostrable porque no es posible tener un conocimiento dividido: el de nuestro pensamiento subjetivo, por un lado; y de la realidad objetiva, por otro … y compararlos entre sí.
En otra vertiente, la falsedad se reconoce siempre porque por otros razonamientos o por una nueva experiencia, nos vemos limitados a negar lo que antes habíamos afirmado, o a afirmar lo que previamente habíamos negado.
La facultad mental que nos permite distinguir la verdad de la falsedad, es la razón, teniendo en cuenta que es un error confundir verdad con veracidad. Veracidad no es sinónimo de verdad, y no lo es porque una expresión veraz no significa que sea verdad.
Se entiende por veracidad la cualidad que tiende a alinearse con la verdad. Mientras que la verdad se refiere al carácter de la proposición o del juicio, la veracidad se refiere a la cualidad de la persona que es autentica o verídica. Por lo tanto, la veracidad se asocia, ante todo, a valores morales positivos como la honestidad, la sinceridad, la transparencia, la buena fe, la integridad, y muy especialmente a la actitud de ir siempre en el sentido de la verdad.
Ahora bien, ¿por qué veracidad no es igual a verdadero? Lo veraz tiende a buscar la verdad y se expresa o se hace de manera honesta, integra, y con sinceridad; mientras que lo verdadero consiste en una relación de semejanza directa y pura con la realidad. La diferencia entre ambos términos, a pesar de implicar un procedimiento mental abstracto, es muy significativa.
¿Pero que tienen que ver la verdad y la veracidad con la honestidad y la honradez? La honestidad u honradez es el valor de decir la verdad y ser una persona decente, de ser recatado y razonable, y de ser justo y honrado. Desde el punto de vista filosófico la honestidad corresponde a una cualidad humana que consiste en actuar de acuerdo a como se piensa y se siente. Se refiere a la cualidad con la cual se designa a aquella persona que se muestra, tanto en su obrar como en su manera de pensar, como justa, recta, e íntegra.
Quien obra con honradez se caracterizará por la rectitud de ánimo con el cual procede en todo en lo que hace, respetando por sobre todas las cosas, aquellas normas que se consideran correctas y adecuadas en la comunidad en la cual vive.
Paradójicamente, muchas personas, especialmente las más ignorantes y/o cínicas, tienden a castigar fuerte y repetidamente a aquellas personas honestas que expresan la verdad, y que además son correctas y auténticas. De hecho, un cínico es un individuo con características diametralmente opuestas a las de una persona íntegra.
El cínico no cree en nada ni en nadie, y lo que más repudia es el valor y la autenticidad de sus congéneres. Conoce perfectamente bien el valor y el precio de todo pero no le da la real gana otorgar ese valor a nadie ni a nada. Para el cínico, el ninguneo, la descalificación, o la negación ajena representa un fiel reflejo de su propia frustración e ineptitud.
El cínico siempre mira en la dirección equivocada con respecto al resto de la gente. De hecho no mira lo positivo en los demás, solo lo negativo y aquello que puede criticar y destruir. El cínico no cree en ni tolera la integridad y mira los errores, las grietas, y los fallos en las virtudes y logros de sus congéneres. No mira hacia la dedicación o la excelencia.
Por definición, el cínico se ubica en una posición diametralmente opuesta a la que ocupa el sentido del valor, el reconocimiento, y la felicidad. El cinismo representa una orientación narcisista y egoísta de la mente y el corazón de la persona, y en función de su profunda vulnerabilidad e inferioridad nivela el campo de juego pensando que todos los demás carecen de valor y son tan deshonesto, mediocres, e inútiles como él.
En consecuencia el cínico intenta no reconocer, reducir, anular, ridiculizar, o ningunear a aquel cuya vida y logros lo hayan superado ampliamente. Desde el punto de vista psicológico, a quien el cínico en realidad niega y rechaza es a sí mismo, y más específicamente a sus propias carencias.
La única forma de combatir el cinismo es manteniendo firme la verdad y autenticidad de la propia identidad o bien suspender el por completo el dialogo y alejarnos para siempre. Cuando sabemos perfectamente bien que y quien somos como personas de bien, y a pesar de los múltiples cínicos e ignorantes circundantes, simplemente hay que dejar que hable la voz de la razón.
A igual que sucede con la realidad, verdad solo hay una, y siempre seguirá siendo la verdad. El concepto de verdad se asemeja a aquella acertada definición del futuro que dice: “el futuro son todas las posibilidades menos la que ocurre – y la que ocurre es la única que representa la realidad y la verdad.”
Ahora bien, el cerebro humano no está adaptado evolutivamente para buscar la verdad, sino para sobrevivir como sea y donde sea, bien sea en presencia o en ausencia de la verdad. De hecho la gran mayoría de los organismos vivos que habitan el planeta mienten, simulan, y engañan para poder alimentarse y lograr sobrevivir hasta el siguiente día.
No obstante, y si bien nuestro cerebro humano representa la máquina de fabricar mentiras más eficaz que jamás se haya inventado, la verdad siempre determinara el punto de partida de nuestra libertad. De ahí que el cínico jamás logre ser una persona libre.
Aunque en el mundo actual la verdad esté en minoría, sigue siendo la verdad. Sin la verdad la vida nos convierte en presos de una cárcel hecha con barrotes de mentiras, y que además es de nuestra propia construcción. Si no somos capaces de decir la verdad hay que callar y no tener la necesidad de tomar caminos ajenos a nuestra naturaleza. En caso de hacerlo terminamos donde no queremos ni necesitamos estar. Al final se pierde la humildad, nos desubicamos, y nos desconocemos.
Esto, que es tan sencillo, a algunos les cuesta mucho... muchísimo. Especialmente a aquellos que hace largos años que escapan de las dificultades y la responsabilidades, pasando de puntillas por la realidad. Lamentablemente, e incluso hoy en día, existen países, y especialmente ciudades, donde la falsedad, la mentira, y la deshonestidad constituyen una triada que no solamente representa un juego pueril e inmaduro, si no también toda una filosofía de vida.
Según el escritor y periodista británico George Orwell (1903-1950), cuanto más se aleja una persona o una sociedad de la verdad y la honestidad, más rechazará y odiará a aquellos que son honestos y de verdad. En tal sociedad, cada logro o acierto nos creará uno o varios enemigos, y para lograr ser popular y aceptado debemos ser mediocres.
El medico y filosofo José Ingenieros (1877-1925) dio en el clavo en su excelente y transcendente libro titulado: “El Hombre Mediocre.” En tal libro Ingenieros explica que, para los mediocres, la presencia de seres autenticos y de alto valor molestan … y de hecho molestan mucho.
La verdad es nuestro amigo más fiel y siempre admite todas las demás verdades. Es ese amigo que nos mantiene en contacto con la realidad y que nos permite expresar nuestra más íntima y auténtica identidad. No hay que temer ni luchar contra la verdad, ya que esta nos dolerá en el alma solo cuando deba dolernos.
Curiosamente, a la mayoría de nosotros nos resulta agradable – e inclusive tragicómico - escuchar mentiras, cuando conocemos la verdad. No obstante, debemos recordar las sabias palabras del escritor, poeta, y dramaturgo irlandés Oscar Wilde (1854-1900) cuando nos dice que, “La pura y simple verdad en raras ocasiones es pura y jamás simple.” De hecho, la mentira es como una pequeña rata que, una y otra vez, se cuela por todos los recovecos del lenguaje hablado.
La verdad representa la mejor medicina para todo malentendido, distorsión, tergiversión, y confusión entre las personas. También representa todo lo anterior aplicado a la relación de alta proximidad con la esencia física, mental, y espiritual de uno mismo. Ser capaz de decir y escuchar la verdad significa poseer la capacidad para comprender los puntos aislados, oscuros, y misteriosos de la vida, así como poseer la capacidad para conectarlos en su real y autentica secuencia.
Ahora bien, y ya que la verdad está por encima de todo, llegó el momento de decir la verdad: ¿que nos duele más, la verdad o la mentira? La respuesta es que la verdad duele solo una vez, mientras que la mentira duele cada vez que nos acordamos. Es preferible causar molestias diciendo la verdad que provocar admiración contando mentiras. Si nuestra verdad es más grande que la mentira del otro, no nos faltaran enemigos. Nos exigen sinceridad, pero se ofenden si decimos la verdad. En tal caso: ¿ofendemos a los demás por sinceridad, o les mentimos por educación? Eso que puede ser destruido por la verdad, debe ser destruido.
Nosotros, los humanos, somos sujetos frágiles, imperfectos, egoístas, agresivos, y defensivos que, en muchas ocasiones nos descompensamos y causamos daño a los demás. Las personas que nos rodean – sean conocidos, amigos, o familiares - solo nos dirán aquellas verdades que somos capaces de escuchar y admitir, … y ninguna más. Todos ellos nos van a poder apreciar solo si somos capaces de escuchar sus verdades, sin descalificar, ningunear, o pronunciar juicio alguno sobre ellos.
Todos somos seres imperfectos, todos nos equivocamos, y todos cometemos errores. Además, y en cualquier momento, todos nosotros podemos padecer una o varias enfermedades mentales tal cual puede suceder con cualquier otro órgano. Por ejemplo, todo apunta a que el estrés intenso y prolongado suele generar serios trastornos mentales tales como ansiedad, depresión, esquizofrenia, o bipolaridad.
No obstante, el termostato de nuestros niveles de estrés estara en sus niveles más bajos, siempre y cuando estemos dispuestos a expresar nuestra verdad con la mayor claridad, facilidad, y fluidez posible. El dolor emocional, sea cual sea, tiende a remitir ni bien estemos dispuestos a afrontar y admitir aquella dolorosa verdad de la cual estamos huyendo.
Nos resulta muy difícil reconocer y confesar que hemos causado daño a otra persona. Y lo es porque la dañamos aun más cuando nos negamos a tomar consciencia del daño que le hemos causado. En tal caso, la negación de esa verdad constituye una mentira que modifica negativamente el entramado de la realidad. Decir la verdad reduce y/o elimina el dolor causado por una herida emocional - dolor que a su vez, ha sido creado por la misma mentira.
Solo así, libre de distorsiones y/o mentiras, somos capaces de volver a insertarnos en el flujo de la realidad y comenzar a amar al mundo, a las personas, y a nosotros mismos nuevamente. Por lo contrario la frustración, el resentimiento, la ira, la rabia, la ansiedad, y la depresión, posiblemente sean nuestros más próximos y fieles compañeros.
Como todos los padres, los nuestros tambien tuvieron sus aciertos y fallos, y seguramente no constituyeron una pareja de padres absolutamente perfectos. No siempre lo sabían todo sobre todo, y en ocasiones quizá no se hayan portado de una manera del todo tolerante y comprensiva con nosotros. Pero por más errores que hayan cometido, es muy probable que lo hayan dado absolutamente todo, que hayan dado lo mejor de ellos mismos para hacer todo de la mejor manera posible.
Recordemos que un niño o una niña no nacen y vienen al mundo equipados con un manual de instrucciones colgando de su cuello. Por lo general, los padres aprenden intuitivamente, y paso a paso, a medida que pasa el tiempo.
Pero tampoco podemos decir que nuestros padres fueron unos ogros, nuestros más formidables enemigos, o dos perfectos idiotas. Ciertamente nada de eso es verdad. Simplemente nos dieron lo mejor de ellos mismos pero partiendo desde una perspectiva y punto de vista muy distintos a los nuestros. Es más, es muy probable que algún día usted mismo se comporte con sus propios hijos de una manera semejante, o quizá peor. La clave, nuevamente, radica en las autenticas ganas que tengan ambas partes de eliminar – en todo lo posible - las mentiras y los malos entendidos, e intentar compartir la verdad.
Si hacemos memoria, debemos admitir que en la última discusión con nuestros padres solo hemos tratado las verdades a medias, y consecuentemente solo hemos tenido parte de la razón. También es muy probable que nos estemos equivocando rotundamente, especialmente cuando nos negamos a reconocer nuestros errores. Recíprocamente, la última vez que alguien nos trato de cultos, perfectos, y brillantes, es muy probable que tal persona no nos conozca muy bien.
Cuando no estamos seguros de nosotros mismos podemos achicarnos o arrugarnos, cuando dudamos nos retraernos y escondemos, y cuando nos sentimos heridos y desesperados nos comportarnos como personas odiosas, resentidas, insoportables, y vengativas hasta la obsesión. Hay personas cuyo resentimiento obsesivo les puede durar toda una vida, incluso a costo de su propia felicidad. No obstante, recordemos que todos son sentimientos y comportamientos típicamente humanos. Debemos aceptarlos plenamente, y como una verdad.
Por otra parte, también podemos demostrar coraje y valentía, ser esplendidos y desprendidos, comportarnos con amor y comprensión, y más que todo ser compasivos, sin emitir juicios, ni ningunear o juzgar erróneamente a los demás. Estos también son sentimientos y comportamientos humanos que debemos aceptar.
Seamos como seamos, muy buenos, menos buenos, neutros, menos malos, o directamente muy malos, todo se extiende a lo largo de una amplia dimensión o espectro que representa los pensamientos, los sentimientos, y los comportamientos humanos desde hace muchos miles de años hasta la fecha. Un espectro donde a menudo los claroscuros de la mente humana se entremezclan, causando que todas las realidades percibidas sean parciales.
Lo importante es saber reconocer y admitir la verdad – nuestra verdad y la verdad de los demás - con la mayor celeridad y honestidad posible. O sea, sin restar ni adicionar nada de nada. Siendo una verdad verificable, qué más da que nuestra verdad guste o no guste a los demás. A quien tiene que gustar es a nosotros mismos. Uno simplemente es lo que es, y sin comprender y admitir nuestra propia verdad, vivimos una vida ajena a la que hemos planeado. Ser capaz de aparcar nuestras defensas y admitir la verdad, siempre constituirá un inequívoco signo de fortaleza personal. Si además logramos admitir nuestras debilidades ante nosotros mismos y los demás, crearemos una persona digna de ser apreciada y querida.
A pesar de los cínicos ya mencionados, y les aseguro que haberlos haylos, vale la pena invertir en honestidad con el fin de mantener viva la autentica verdad que yace en nuestro interior. La persona que enfoca su vida sobre tal verdad llevara una vida más seria y vivira mas honestamente en su interior, y en consecuencia a vivira más humilde y sencillamente por fuera. Miremos por donde miremos, admitir nuestras fragilidades y vulnerabilidades constituye nuestra mayor fortaleza.
Esa extraordinaria fortaleza interna logra su máxima expresión cuando con serenidad, mirando directamente a los ojos, y esbozando una agradable sonrisa, somos capaces de decir: “critíquenme todo lo que quieran, siempre que sea con la verdad … es lo único que me vale.”