¿Que tipos y formas de interacciones existen entre el cuerpo, la mente, y la espiritualidad de una persona?
Hace aproximadamente veinte años, intervine quirúrgicamente a un excelente deportista que perdió una mano partiendo leña con un hacha. Al despertarse de la anestesia observó un muñón donde antes estaba su mano izquierda. Se quedó en silencio, lucho contra las lágrimas, y preguntó, “¿dónde estaba su mano?” “La coloqué en suero fisiológico y mañana, con su permiso, la enterraremos” le respondí en voz baja. "Por favor entréguemela," ordenó el atleta.
El joven miró la mano durante largo rato, luego la cogió con la mano que le quedaba y la acarició con cariño. "Te voy a echar de menos, vieja amiga, dijo - no te aprecie lo suficiente cuando eras parte de mi, pero lo hago ahora que te he perdido." En ese momento el joven tomo plena conciencia de haber perdido una excelente herramienta.
Fue un hecho conmovedor y señala una gran verdad sobre la relación psique-cuerpo: “la integridad corporal nunca es tan positiva como la perdida de una estructura es negativa.” El aprecio por nuestro cuerpo requiere, en cierto modo, una sensación de perdida, sea esta real o imaginaria.
Todos intentamos evitar pérdidas, pero sin ellas no existiría una perspectiva desde donde apreciar lo que poseemos. Poseer ambas manos era positivo para el atleta, pero en su ajetreada vida jamás considero lo útil y valiosa que le era.
Durante años mantuve el contacto con el joven para saber cómo sobrellevó su pérdida, así como para comprobar si el accidente fue un asunto aislado o recurrente en el tiempo. Quería saber si fue un hecho con el cual rápidamente se reconcilió, o si fue el comienzo de una interminable cascada de culpas, protestas, vergüenza, auto desprecio, heridas emocionales auto infligidas, auto compasión, y de revivir lo sucedido.
La herida emocional auto-infligida representa un impulso dirigido hacia el interior de uno mismo y posee tres fines fundamentales: 1.- castigar a la propia persona; 2.- castigar al propio Yo; y 3.- responsabilizarse excesivamente por los fallos y malas decisiones. En esencia, representa un impulso profundo y además extraño que, si no se logra controlar, puede acabar muy mal para quien lo padece.
La mejor reacción hubiese sido enterrar, conjuntamente con la mano, los sentimientos negativos, haberse alejado intelectual y emocionalmente del suceso, y jamás mirar hacia atrás. Todo ello habría reducido considerablemente su dolor y sensación de pérdida. Esta seria una formula idónea a aplicar en toda lesión en la cual interviene la perdida de una estructura anatómica importante de forma definitiva.
De no haber sido así, todo hubiese empeorado. Se hubiese creado un tiempo muerto que intensificaría el accidente y le otorgaría un alcance temporal de carácter indefinido que no poseía por sí mismo. Todo ello, sin opción posible y/o alternativa disponible a recuperar la mano perdida.
El impulso de herirnos a nosotros mismos está ligado al deseo de volver a experimentar un estado previo de infelicidad, así como de intentar recuperar una posesión perdida. Para contrarrestar este efecto, el atleta debió enterrar su mano y también el recuerdo de su mano.
Curiosamente, el impulso de intentar herirse a uno mismo rara vez se realiza de forma directa. De hecho, se ejecuta de forma indirecta. Suele presentarse a modo de un efecto secundario cada vez que experimentamos un accidente en vez de un evento agradable.
En tal momento las emociones negativas nos conducen hacia un camino equivocado. Mientras continuemos en ese camino, las consecuencias serán siempre las mismas: tristeza, decepción, frustración, ira, ansiedad, remordimiento, resentimiento, auto complacencia, y depresión. Y lo peor de todo es que constantemente nos complacemos de nosotros mismos y convertimos en victimas crónicas.
Todo ello a causa de elegir, con mayor libertad de la que nos damos cuenta, estados emocionales negativos que, una vez constituidos y perpetuados, tienden a estados de animo sumamente desagradables.
Para el ser humano resulta imposible recordar la presencia de la mano perdida y no entristecerse profundamente por ello. También seria imposible recorrer el camino que lleva a tiempos y condiciones mas idóneas sin implicarnos en un viaje colmado de ira, frustración, y tristeza. Si nuestro objetivo es lograr la paz racional, emocional, y espiritual, debemos alejarnos lo mas rápido posible de ese tan equivocado camino.
El atleta echó de menos su mano. Pero, y afortunadamente, sólo lo hizo cuando ambas manos habrían cogido mejor su larga y flexible pértiga de atletismo que tanto amaba. Y muchas cosa mas …
Después de veintidós años de vida con ambas manos, tales recuerdos eran ineludibles e imposibles de borrar. No obstante, el joven supo aceptar su pérdida después de un largo periodo de psicoterapia, lo que para él significaba escribir nuevamente su guion de vida y hacer de cuenta que había nacido con una sola mano. Al mismo tiempo agradeció haber tenido uso de ambas manos durante veintidós años.
Si bien fue un hecho desafortunado, ya no había forma de echar marcha atrás y volver al pasado. Lo hecho, hecho esta, y agua pasada no mueve molinos. Si bien la ira y la depresión típicamente residen en heridas emocionales producidas en tiempos pasados, no existía nada en ese accidente que le obligase a agravar la situación mediante continuos ataques e insultos auto destructivos.
En esencia, somos nuestros cuerpos y nuestros cuerpos somos nosotros. Existe una íntima e indisoluble relación entre nuestro Yo psicológico, nuestra anatomía, y nuestra espiritualidad. En consecuencia, resulta un grave error pensar en términos de: “Mi Cuerpo y Yo;” cuando lo correcto seria: “Mi Cuerpo, Yo.”
Aliméntenlo bien, entrénenlo bien, piensenlo bien, y sientanlo bien … es el único que tienen.