En “El Libro de los Cinco Anillos,” Miyamoto Musashi, un Samurai del siglo XV nos dice lo siguiente: “Cuando cruzamos nuestra espada con un enemigo, no debemos pensar en herirlo mucho o poco – debemos pensar exclusivamente en destruirlo y matarlo – nuestro único objetivo debe ser la destrucción total y la muerte del enemigo."
Cuatrocientos años más tarde en su libro: "Kárate-Do: mi forma de vida," el Maestro Gichin Funakoshi, padre del Kárate Tradicional Shotokan nos dice: "Vencer al enemigo sin llegar al combate, es la mayor de las virtudes."
Entre las dos anteriores afirmaciones existen profundas diferencias con respecto a la actitud y a la conducta que se deben asumir ante una amenaza o una agresion. Tales diferencias radican en las distintas maneras de tratar con el miedo, la ira, la agresividad, el coraje, y la cobardía, además de representar dos enfoques opuestos de las artes marciales y la vida en general. Como la ira siempre enmascara el miedo, toda agresion ulterior resulta de la transformacion del miedo en ira.
Este proceso emocional que, partiendo del miedo, escala progresivamente hasta llegar a la ira o la furia, y finalmente culminando en la agresion, se repite inexorablemente y con frecuencia en el ser humano. De hecho, no sería nada exagerado definir la agresion - incluso la violencia en general - como una fuerza débil ... muy debil y cobarde. Esta conclusion se debe a que la fuerza es lo opuesto a la debilidad; mientras que la violencia se opone a la dulzura. Hasta tal punto no se opone la violencia a la debilidad, que la debilidad no tiene con frecuencia otro síntoma mas que la violencia; débil, brutal, y cobarde ... y brutal y cobarde precisamente por ser débil.
El primero (Miyamoto Musashi) se basa en el conflicto y la expresión de miedo en forma de ira, violencia, y agresión, infligiendo daño bajo el velo de un falso concepto de superación, coraje, y afirmación. El segundo (Gichin Funakoshi) se basa en evitar el conflicto mediante una mayor comprensión de las propias emociones así como de las ajenas. El primero apunta hacia la expresion de fuerza debil que pone en evidencia una profunda fragilidad espiritual; el segundo apunta a la expresion de un fuerza potente que pone en evidencia una profunda solidez y una prolongada formacion espiritual. Ahora, y entre nosotros: ¿cual prefiere usted, de verdad?
Jamás podemos desprendernos de lo que somos. Como mucho podemos intentar comprendernos a nosotros mismos lo mejor posible, discernir exactamente qué tipo de personas somos, y ser plenamente conscientes de los aspectos positivos y negativos que poseemos. La comprensión de nuestros aspectos positivos suele ser algo simple y directo, pero la de los aspectos negativos suele resultar ser algo más complicado.
Para descubrir y definir estos últimos aspectos es necesario previamente definir nuestros aspectos positivos. Si alguien va a interferir o dificultar nuestro camino, es muy probable que seamos nosotros mismos. En ese delicado equilibrio radica nuestra máxima fuerza.
No reconocer nuestros aspectos positivos y negativos nos asemeja a un prisionero que no comprende las razones que lo limitan y confinan, ni sabe como liberarse de tales razones. Cuando decimos que alguien ha cambiado, en realidad queremos decir que ha aceptado la responsabilidad por su propia existencia y se ha convertido en una mejor versión de sí mismo.
A medida que esto sucede suele existir una menor tendencia a esconder la verdad sobre nosotros, y por lo tanto a reducir nuestros mecanismos de defensa. Estas defensas se asemejan a una espada de doble filo ya que al mismo tiempo que nos protegen también nos aíslan y confinan. Reduciendo, o eliminando por completo, tales defensas, seremos más reales, honestos, y libres.
Nuestro carácter es una especie de escudo defensivo construido para afrontar la vida sin que nuestro ego se sienta amenazado o dañado. Ese escudo de defensas se convierte en un estilo de vida mediante el cual percibimos la realidad y se expresan nuestras emociones. De esta manera nuestro carácter no solo es moldeado por las experiencias de vida que tenemos, sino que se muestra en la forma en que reaccionamos ante esas mismas experiencias. Las impurezas en la configuración de nuestro carácter representan las debilidades racionales y emocionales que en el pasado nos han impedido tratar con el mundo de una manera honesta y directa.
Las emociones nos proveen con energía, pero... ¿energía para qué?
La respuesta, biológicamente hablando, es: para sobrevivir. Dos de nuestras emociones mas básicas son el miedo y la ira. Cuando alguien nos apunta con un revolver a la cabeza sentimos miedo, y cuando se nos golpea en la cara sentimos ira. Estos hechos implican que las emociones poseen una naturaleza de causa y efecto, o bien de estimulo y respuesta. Una vez que el gatillo de las emociones ha sido apretado, el percutor de la acción se dispara con toda su violencia.
El problema de controlar las emociones consiste en actuar sobre su naturaleza dinámica y automática. La energía emocional solo puede volcarse hacia dos vertientes – hacia la destrucción (negativa), o bien hacia la construcción (positiva) – lo que no se debe hacer es permanecer inerte. Una vez que hemos sido expuestos a un estimulo emocional carecemos del poder racional para inhibir nuestra respuesta.
No obstante este procedimiento no suele funcionar de una manera tipo “si o no”. De alguna manera, somos capaces de elegir la respuesta que sigue al estimulo, aunque la elección no depende tanto de nuestra mente racional como de nuestra educación, nuestros hábitos, y nuestros impulsos. Podemos aprender a desarrollar tanto la habilidad como la libertad para elegir nuestras acciones y reacciones, y así convertirnos en mejores ediciones de nosotros mismos.
El miedo nos provee con energía, pero... ¿energía para qué?
El miedo es una reacción emocional que surge cuando creemos que somos incapaces de reaccionar adecuadamente ante un estimulo o una situación extraña e inesperada. Si bien la situación puede ser real o falsa, lo que percibimos constituye la desagradable emoción del miedo.
¿Pero cuál es la causa fundamental del miedo?
La primera palabra que nos viene a la mente es: “peligro”. Pero esto nos da paso hacia la siguiente pregunta –¿peligro de que?– El peligro se define como: “la posibilidad de sufrir una pérdida o daño importantes.” En esta definición aparecen dos nuevos términos de relevancia: perdida y daño. La perdida puede ser física o emocional. El daño se puede sustituir por las palabras, “lesión o agresión.” En definitiva el miedo es el efecto causado por una sensación de indefensión o incapacidad de hacer frente a una amenaza o peligro percibido. Una sensación basada en la incompetencia para reaccionar adecuadamente ante una situación peligrosa.
No obstante, y opuesta a la opinión popular, el peligro surge del miedo – no el miedo del peligro. El miedo es primario y el peligro es secundario al miedo. El problema no reside en nuestro exterior sino en el interior – en nuestra percepción de la situación y en la autoevaluación subjetiva de nuestra capacidad para responder adecuadamente.
Un simple ejemplo nos servirá para aclarar este punto: “¿Teme usted a la pregunta?” Preguntó el profesor. “No, temo a no saber la respuesta.” Respondió el alumno. El miedo representa la antesala consciente de nuestra derrota, fracaso, o pérdida. El antídoto del miedo no es tanto el coraje – como el amor. Los que se aman a si mismos, los que aman a sus seres queridos, y los que aman sus principios fundamentales estan dispuestos a luchar ferozmente, e incluso a morir, por ellos.
Ahora bien, ¿suponiendo que el miedo pudiese hablar, como nos describiria su propia naturaleza?
En tal caso es de suponer que nos diría tres cosas fundamentales. Primero, diría: "ante todo, el miedo está constituido por una especie de doble personalidad. A continuación diría: "la primera personalidad habla muy fuerte, intimida, asusta, y agrede." Y finalmente dirá: "la segunda personalidad habla muy bajo, tranquiliza y comprende, y nos dice qué el miedo no es mas que una ilusión distorsionada de la realidad en nuestra mente, y qué en consecuencia, miente."
¿Pero qué tiene que ver el miedo con la cobardía?
El concepto de miedo descansa sobre el concepto de ilusión. En muchas ocasiones al miedo y a la cobardía se les considera una única y misma entidad, ya que ambos términos suelen ser utilizados casi de manera sinónima. Por lo general nuestros pensamientos siguen la siguiente logica: "si sentimos miedo debemos ser cobardes, y si somos cobardes debemos sentir miedo."
El problema en esta definición radica en qué los reproches sociales y morales contra el miedo también se aplican a la cobardía. Esto constituye un grave error. Se supone que los que poseen coraje carecen de miedo, cosa que no es correcta. Sentir miedo cuando existe una causa real no es evidencia de cobardía, si no de inteligencia. No es el miedo lo que determina que seamos cobardes, sino lo que hacemos con ese miedo.
Paradojicamente, el miedo y el coraje suelen viajar de la mano. Esto se debe a que el concepto que tenemos sobre la ausencia de miedo de nuestros héroes es falso. Todos ellos sienten miedo en algún momento determinado, pero logran no ser inhibidos o paralizados por este. Los actos más inverosímiles de heroísmo suelen estar relacionados con individuos que han huido no hacia atrás – sino hacia delante – y cuya motivación principal ha sido comprobar ante ellos mismos que pueden confrontar el peligro efectivamente. La mayoría de las personas no temen sentir miedo, sino que temen sentir y que se los considera como cobardes.
Si creemos que el miedo y la cobardía son sinónimos tendremos miedo a tener miedo – y no necesariamente a la situación de peligro a la cual nos enfrentamos. No solamente sentiremos miedo a sufrir daños físicos o perdidas sino que también tendremos miedo a sentirnos cobardes, que quizá sea algo mucho peor ya que está nuestra autoestiuma en juego. Este doloroso y vergonzante sentimiento de cobardía puede superar con creces el miedo a sufrir daños físicos.
La mayoría de nosotros intentamos convencernos erroneamente de que no somos cobardes mediante una aparente e inútil demostración de qué no sentimos miedo. Si enfocáramos todos nuestros esfuerzos en comprobar que no somos cobardes, en vez de enfocarlos hacia comprobar que no sentimos miedo, nuestras posibilidades de afrontar el peligro con éxito serían mayores.
El pensamiento suele presentarse de manera repentina e inesperada: “¿Seré un cobarde?” Según diversos estudios en el área de psiquiatría de guerra, la mayoría de los soldados, prefieren la muerte antes que ser considerados cobardes por sus compañeros. De esta manera, como les resulta imposible admitir la propia cobardía, tampoco les es posible admitir tener miedo.
Esta dualidad de pensamiento crea un grave problema ya que a menudo intentamos ignorar las sensaciones físicas del miedo. Pero el miedo continua existiendo, y no se le logra eliminar. Como podemos apreciar esta lucha está destinada al fracaso ya que el miedo se nutre y se potencia a si mismo, hasta que las sensaciones llegan a tal intensidad que no podemos ignorarlas. En tal caso muchas veces pasamos del miedo al pánico, y de este al terror paralizante.
La manera más efectiva para salir de este dilema consiste en aceptar el miedo como un instrumento biológico de supervivencia que siempre va a estar ahí. Poder afirmar: “Bien, siento miedo ante el peligro, ¿y qué?” “Sí, claro que siento miedo, pero es lo que hago con ese miedo lo que determina si soy o no sere o no sere un cobarde.” Ademas, “Si bien no puedo evadir el hecho de sentir miedo, si puedo impedir comportarme como un cobarde modificando mi actitud y mi respuesta ante el peligro.”
La ira nos provee con energía, pero... ¿energía para que?
Lo que hemos dicho respecto al miedo se puede aplicar igualmente para la ira. Esta última es una reacción emocional ante un evento frustrante. La frustración es una especie de bloqueo que nos impide lograr un objetivo positivo o deseado, o bien eludir un objetivo negativo o indeseado. La finalidad de la ira es proveernos con la energía para sobrevivir y superar una situación determinada. La ira siempre conduce hacia la agresión, y la agresión se produce cuando efectuamos un ataque hostil, bien físico y/o verbal sobre otro o sobre nosotros mismos.
Por lo general, si disminuimos nuestra sensacion y percepcion de frustración también disminuiremos la expresion de nuestra agresividad. En el eje de este proceso, la ira y la razón son emociones que se encuentran enfrentadas. Es por esto que la ira y la frustracion suelen dar lugar a comportamientos en su mayoría irracionales e inefectivos.
En su esencia, la ira es un mensaje que enfatiza lo siguiente: “prestenme atención;” “no me gusta lo que me están haciendo;” “ayudenme a reconstruir mi dañada autoestima;” “quítense del medio y no me frustren;” “quiero justicia para mi;” y finalmente... “percibo miedo y peligro, me siento asustado, vulnerable, cobarde, e indefenso.”
Diversos trabajos de investigacion han concluido en que el miedo y la ira poseen el mismo origen zoológico y evolutivo. Mientras que el miedo es causado por la futura posibilidad de sufrir un daño o una pérdida, la ira es causada por los efectos inmediatos de estos. En esencia, las causas del miedo y de la ira son idénticas (daño, perdida, frustración, supervivencia); la diferencia radica en que cuando sentimos miedo todos estos hechos aun no han pasado, mientras que en la ira los hecho ya han sucedido.
Desde esta perspectiva podemos considerar al miedo y a la ira, como dos emociones que van estrechamente de la mano, y que son causadas por las mismas condiciones y estímulos, pero en distintas fases de desarrollo en el tiempo. La secuencia más común en la cual se presentan estos hechos suele ser la siguiente: 1º. sensación de miedo inherente; 2º. percepción de peligro inminente; 3º. potenciación del miedo; 4º. seguido de un daño y/o una perdida personal, o bien de una sensación de frustración; 5º. causando ira; 6º. y finalmente provocando un acto físico y/o verbal de agresión.
En vista de lo dicho anteriormente, las situaciones puras e independientes de miedo e ira son muy raras. En los extremos de estas dos emociones sucede que cuando el componente de miedo es suficientemente intenso, la ira no logra expresarse y viceversa. No obstante en ambas situaciones existe un denominador común ya que siempre se experimenta una intensa sensación de ansiedad.
Las emociones de euforia, deseo, pena, lealtad, miedo, ira, y amor, entre otras, son los colores que adornan nuestras respectivas vidas. Tambien colorean nuestro mundo sensorial ya que son la raíz de todo lo que hacemos y el origen de todo lo qué es más complejo que un simple reflejo.
Las emociones son los mensajeros del corazon. Son el vehículo que transporta todas las señales de un corazón a otro. Sentir intensamente es sinónimo de sentirse vivo.
Volviendo al encabezamiento de este articulo: en el caso de Miyamoto Musashi su actitud agresiva corresponde al miedo transformado en ira; mientras que en el de Gichin Funakoshi su actitud comprensiva corresponde al amor transformado en paz.
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