El neurótico repite comportamientos y decisiones infantiles que reflejan su grado de inmadurez. Es un enfermo que se cura con la palabra, especialmente con su propia palabra.
Los niños son inmaduros por definición, pero con el paso del tiempo y las experiencias acumuladas, crecen y – por lo general - se convierten en adultos maduros. Toda mente infantil suele ser impulsiva y peligrosa, no tanto cuando se es un niño, sino cuando se halla alojada en el cuerpo de un adulto. Es entonces cuando tales mentes poseen tanto la libertad como la capacidad para expresar su inmadurez en su vida diaria. Curiosamente, las distintas formas de expresión que asumen los comportamientos inmaduros de un adulto se extienden a lo largo y ancho de un amplio espectro.
El concepto de madurez representa la capacidad de un individuo para responder y adaptarse a las demandas generales y específicas del entorno de una manera correcta y apropiada para su edad y educación. Tal concepto conlleva una toma de conciencia respecto al momento y el lugar adecuado para comportarse correctamente de acuerdo a las circunstancias y la cultura de la sociedad en que vive.
Las teorías sobre el desarrollo y la madurez de adultos incluyen el concepto de “finalidad o propósito de vida.” Tal concepto enfatiza una clara comprensión sobre el propósito, el sentido, la dirección, y la intencionalidad de la propia vida. En términos generales, el grado o estado de madurez de un adulto es determinado por su independencia intelectual, su independencia emocional, su abandono de la dependencia tutelar, y su ausencia de supervisión adulta en el procesamiento de datos y la toma de decisiones.
Esta claro que la meta psicológica del ser humano es lograr transformar la inmadurez infantil, carente de recursos racionales y emocionales; en una madurez adulta, capaz de desarrollar y aplicar tales recursos. Sin embargo, este proceso no siempre llega a buen puerto o de la forma esperada. A menudo la mente inmadura del típico niño o niña permanece como tal a lo largo de muchos años hasta llegar a la etapa adulta. Años en los cuales el cuerpo adulto, pero con mente de niño, comete repetidos errores y se formula – una y otra vez - una breve y sencilla pregunta: ¿Hasta cuando así?
Tal persona se cuestionara a si mismo en términos de: ¿qué me ha sucedido?; ¿cómo, cuándo, y por qué me he estancado en una etapa infantil e inmadura de mi desarrollo?; ¿cuál es la causa de qué mis comportamientos y decisiones se asemejen a las de un grandullón inmaduro, una y otra vez?; y ¿que criterios psicológicos preciso para corregir tal situación?
Según la teoría psicoanalítica la terapia mas apropiada consiste en facilitar al adulto-niño la posibilidad de recuperar los recuerdos perdidos y/o reprimidos en su inconsciente. Tales recuerdos representan conflictos emocionales de la infancia que han permanecido total o parcialmente sin resolver. Gran parte de los comportamientos desconcertantes, inmaduros, y repetitivos de los adultos inmaduros han demostrado poseer orígenes psíquicos inconscientes creados precisamente a lo largo de la infancia. Es durante la infancia cuando uno carece de los debidos recursos cognitivos y/o emocionales que le permiten comprender y resolver los conflictos.
Un ejemplo de este proceso seria el de aquel niño pequeño que pasa por una experiencia impactante y desgarradora. Una experiencia critica que, en cierta forma, amenazó seriamente su estabilidad emocional en el nivel mas fundamental. En tal caso el niño ha vivido una experiencia que el considero "tabú" y que aun carecía de los recursos intelectuales y emocionales para comprender y/o adaptarse a sus consecuencias. Por “tabú” se entiende una conducta moralmente inaceptable tanto por una persona como por una sociedad, grupo humano, o religión.
En dicho momento el niño fue incapaz o no deseo hablar abiertamente sobre la experiencia con sus padres y/o amigos. El resultado es la implantación permanente de un conflicto reprimido hacia el inconsciente que permanece como tal durante años, sin solución, y con toda su energía en la memoria del niño hasta convertirse en adulto. Todo termina en un cuerpo adulto lastrado por la inmadurez emocional de un niño interior indefenso y dolido.
La innegociable experiencia tabú anteriormente mencionada, pasa a ser reprimida en la mente inconsciente y permanece enterrada pero no muerta. La experiencia se fija y se asocia a sentimientos de vergüenza, culpabilidad, incompetencia, y dificultades en recibir amor y expresar amor. La experiencia tabú no resuelta pasa a operar sobre el adulto con toda su inmadurez infantil y provocando comportamientos emocionales indeseables de forma repetitiva.
A lo largo de la terapia, cuando finalmente tiene lugar el resurgimiento de la memoria reprimida, o sea cuando la experiencia tabú es finalmente colocada en su debido contexto desde una perspectiva adulta, el conflicto tiende a la disolución. Es entonces cuando el paciente se encuentra en camino hacia una eventual maestría sobre su propia mente.
Resumiendo lo antedicho, siempre que a lo largo de los años infantiles surja un intenso conflicto emocional que permanezca sin resolver, este no desaparecerá. De hecho permanecerá como un elemento enterrado pero activo que tarde o temprano causara inadaptación y malestar. Y que, además, adoptara la forma de una perturbación emocional severa y repetitiva a lo largo de la vida adulta.
Este proceso de desconocer por completo los contenidos dolorosos reprimidos en el inconsciente lo padecen los neuróticos. Por lo tanto, el neurótico ignora una serie de hechos de gran importancia. Hechos que, si bien desconoce por estar ubicados fuera de la consciencia, aun controlan su vida partiendo de un supuesto locus mental al cual la mente consciente es incapaz de acceder.
Ahondando mas en el concepto de neuroticismo, podemos decir que se trata de un comportamiento infantil diametralmente opuesto a la estabilidad emocional del adulto. O sea, una persona con inestabilidad emocional y tendencia a padecer emociones negativas - también conocidas como “afectividad negativa.” Tal afectividad consiste de un patrón malfuncionante así como una tendencia a padecer ansiedad crónica, a gozar del propio sufrimiento, y a la autoinculpación generalizada. El cuadro clínico es resultado de diversas vulnerabilidades emocionales y, a menudo, manifestándose como un comportamiento auto-anulativo pero no necesariamente auto-destructivo. El síntoma mas prominente es la ansiedad en ausencia de psicosis.
El adulto neurótico continua buscando una solución infantil e inmadura a un problema que lo abrumó cuando era niño, y no desde la perspectiva adulta. Su neurosis y comportamientos infantiles repetitivos son sencillamente una forma inmadura de intentar, una y otra vez, de resolver un antiguo y reprimido conflicto emocional.
Según el DSM 5, el neuroticismo (afectividad negativa) se caracteriza por presentar los siguientes seis grupos de síntomas: 1.- labilidad emocional (ansiedad, depresión, culpa, vergüenza, rumiación, dependencia, irritabilidad, volatilidad, ira, y vulnerabilidad); 2.- ansiedad (tensión, miedo, nerviosismo); 3.- inseguridad de separación (temor a ser rechazado o abandonado, falta de auto-confianza); 4.- sumisión (excesiva adaptación y/o dependencia de los demás); 5.- hostilidad (ira, rabia, irritabilidad, vengatividad); 6.- repetición y perseverancia (continuación del mismo comportamiento negativo a pesar de existir numerosos fracasos y claras razones para descontinuar).
Dos sintomas neuroticos tipicos son la desrealizacion y la despersonalizacion. La desrealizacion es una sensacion de desprendimiento del propio Yo, donde la persona siente que no es real o que una parte de su cuerpo no es real. La despersonalizacion es una sensacion en la cual el medio circundante y las personas que lo habitan son percibidos como irreales. No obstante, el neurotico es plenamente consciente de que tales experiencias son productos e su propia mente.
Por otro lado, es posible que el niño sea hijo de unos padres inmaduros e imprudentes que, una y otra vez, ceden ante sus impulsos, demandas, y pataletas. O bien que, por los estados de animo erráticos y fluctuantes de los padres, mantengan al niño en un estado limitado, sobreprotegido, inseguro, y sin posibilidades para crecer como persona. A partir de ahí su forma infantil de abordar los problemas adultos puede constituirse en parte integral de la personalidad, y así quedar arrestado y/o limitado en su capacidad para solucionar sus problemas de manera coherente a lo largo de la vida.
Si esto sucediera, podríamos estar ante la presencia de una persona de cuarenta, cincuenta, o mas años de edad cuyo comportamiento es tipicamente infantil. Una persona caprichosa que siempre quiere salirse con la suya, que presiona a los demás con sus rabietas y pataletas de mal genio, que maltrata e intimida a su pareja e hijos, que amenaza y eleva su tono de voz ante sus subordinados laborales, etc. Con el paso del tiempo todo ello conducirá a un largo, tortuoso, y negativo callejón de comportamientos, decisiones, y elecciones inmaduras en la vida adulta … aparentemente sin retorno ni salida.
Todo lo anterior nos introduce al concepto de lo que se conoce como “edad psicológica.” Igual que un individuo posee una edad cronológica (los años que han transcurrido desde el nacimiento), una edad fisiológica (los años que representa el estado funcional del organismo), su edad metabólica (los años que representa el estado metabólico del organismo), y finalmente la edad psicológica (los años, en términos de madurez intelectual y emocional, que representan sus pensamientos y comportamientos). Las cuatro edades no tienen porque coincidir y, de hecho, no suelen hacerlo.
Supongamos que una mujer de cuarenta años piensa y se comporta como una adolescente de quince años. Cronológicamente, es una mujer adulta, pero sus reacciones intelectuales y emocionales – en términos de inmadurez - a las que manifestaba durante su periodo de adolescencia.
Por otro lado pensemos que un niño de quince años manifiesta una madurez, una estabilidad emocional, y un sentido de la responsabilidad equivalente a un hombre de cuarenta años. Cronológicamente es un niño adolescente y supuestamente inmaduro, pero sus reacciones intelectuales, y especialmente las emocionales, se asemejan a las de un hombre maduro y curtido.
En el primero de estos dos caso estamos ante una mujer adulta pero grandullona y esencialmente inmadura; mientras que en el segundo estamos ante un chavalin joven pero sumamente maduro. Psicológicamente hablando, ambos están gravemente desfasados en sus respectivos desarrollos emocionales, estando tan fuera de lugar el uno como el otro.
En síntesis, resulta perfectamente factible que un hombre de veinticinco años albergue un ego hipertrofiado parecido al de un típico niño de cinco años; o bien que un niño de cinco años posea sentidos de colaboración, respeto, y justicia que superen ampliamente los de sus amiguitos.
La primera y mas básica necesidad de un niño pequeño concierne su propia supervivencia, y la segunda el sentido de su propio valor o significancia. Desde su nacimiento necesita sentirse seguro, protegido, reconocido, y deseado. A menudo, tales profundas e ineludibles necesidades jamás son recibidas, y el niño se ve forzado a vivir en una perpetua triada que consta de temor, inseguridad, y confusión. Todo ello resulta en un niño que piensa y siente que no vale nada, que es un lastre, un fracasado, o bien un hijo inútil y no deseado. Francamente hablando, no existe niño en el mundo capaz de soportar tal carga.
Ante esta atmosfera psicológica el niño necesita encontrar alguna forma de ganarse la atención de los demás así como establecer un determinado grado de valor y/o significancia. Si el niño fuese maduro seria capaz de desarrollar su propia competencia y establecer sólidas y amorosas relaciones personales fuera de su familia – pero el niño no lo es – y de hecho es muy inmaduro. Siendo inmaduro el niño se encuentra indefenso e incapaz para comprender su problema y/o para solventarlo por la vía adulta del raciocinio.
En tal caso intenta hacer lo único que puede, o sea resolverlo utilizando los medios irracionales e inmaduros que tiene a su disposición en términos de agresividad, fantasía, sumisión, y auto-complacencia. Estructurando su vida según estas normas condiciona que su crecimiento como persona madura se encuentre seriamente truncada.
Todo esto provee con un punto de vista alternativo respecto a nosotros mismos. Implica que lo esencial de cualquier individuo no reside tanto en la cantidad de años que ha vivido (edad cronológica) sino en el nivel de competencia psicológica (edad psicológica) que esos años le han permitido lograr. De ahí que no todos los adultos sean adultos, y no todos los niños sean niños.
Muchos adultos, a pesar de aparentar ser adultos externamente, en realidad han permanecido con una fuerte inmadurez interior. Tal desfase en el desarrollo personal suele ser fruto de algún evento o razón encubierta cuyas consecuencias han impedido el crecimiento de la persona. En consecuencia sus deficientes y repetitivas relaciones con el mundo son lo que son.
Por lo general, la madurez psicológica solo es alcanzable ahí donde se dan las condiciones mas idóneas para lograrla – ahí reside el secreto.