El Amor y la Frontera del Yo

Guillermo Laich
26/02/2018 21:26

Alumno: Maestro … 

Maestro: ¿Si? 

Alumno: Yo … 

Maestro: ¡No sigas! … ya estas en el error.
 
Amantes y locos tienen la mente tan arrebatada y distorsionada, tan increiblemente poblada de ilusiones y fantasias, que perciben mucho mas de lo que la pura razon es capaz de aprehender. De ahi que el orate, el que pena de amor, y el poeta continuamente destilen imaginacion ...
 
 
 

Es de suponer que en el dialogo anterior, entre un Maestro Zen y su Alumno, nada esta claro y que incluso carezca de sentido para el alumno. Pero me temo que no es así. Les animo a que continúen leyendo y comprobaran como el dialogo no solo es claro, sino que también define un error muy común y real.  

¿Que es el amor y por que algunas personas son incapaces de encontrarlo? ¿Que es la soledad y por que hace tanto daño? ¿En que se basan las relaciones y como y por que funcionan como lo hacen? ¿Qué es el yo y como funciona en las manifestaciones de amor? Y finalmente, ¿qué son las fronteras del yo y por que su comprensión y disolución es fundamental para establecer una profunda, autentica, y feliz relación de amor? 

Responder a todas estas interesantes preguntas, desnudando por completo los secretos mas íntimos del corazón y el alma humana es el objetivo de este breve articulo. Desde los comienzos de existencia de nuestra especie, el ser humano se ha enfrentado en todos los tiempos y lugares a un poderoso eje central de emociones impulsivas e ingobernables que actúan de forma totalmente imprevisible y confusa. A lo largo de ese trayecto evolutivo la ciencia ha sido incapaz de ayudarle. 
 
Hipócrates, el primer medico del mundo occidental, planteo en el año 450 a. De C., que las emociones emanan del cerebro. Por supuesto que tenia razón, pero tuvieron que transcurrir dos mil quinientos años sin que la medicina ofreciese nada sobre los detalles de la vida emocional. En todos esos años, los asuntos del corazón eran temas exclusivos del arte: la literatura, las canciones, la poesía, la pintura, la escultura, o la danza.
 
En otra línea, la filosofía y los filósofos – valiéndose exclusivamente de una fría y distante racionalidad lógica - también tomaron cartas en el asunto, pero de tal manera que anulaban el mismísimo núcleo incoherente e irracional de los mas puros sentimientos y emociones. Hasta la actualidad.
 
Nosotros, o sea Homo sapiens (del latín, homo ‘hombre’ y sapiens ‘sabio’), pertenecemos a una especie del orden de los primates que a su vez pertenece a la familia de los homínidos o seres humanos. Los seres humanos poseen capacidades mentales que les permiten inventar, aprender, y utilizar estructuras lingüísticas complejas, lógicas, matemáticas, escritura, música, ciencia, y tecnología.
 
Los humanos, además, son animales sociales, capaces de concebir, transmitir, y aprender conceptos totalmente abstractos. Pero los humanos también son capaces de amar, y el amor no tiene absolutamente nada de lógico o abstracto.
 
Los restos más antiguos de Homo sapiens se encuentran en Marruecos con 315.000 años. La evidencia más antigua de comportamiento moderno son las de Pinnacle Point (Sudáfrica) con 165.000 años. Desde la extinción del Homo neanderthalensis, hace 28.000 años, y del Homo floresiensis hace aproximadamente 12.000 años, el Homo sapiens es la única especie conocida del género Homo que aún perdura.
 
Desde las proximidades del año 2000 se ha producido a una autentica explosión de descubrimientos científicos acerca del cerebro humano en términos de su forma y función. Este hecho ha abierto el camino hacia una revolución que promete cambiar la forma en que pensamos, sentimos, y actuamos sobre nosotros mismos, nuestras relaciones, nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros hijos, y nuestra sociedad.
 
Podemos definir la ciencia como una forma paranoica de pensar respecto a la naturaleza. Digo esto porque los cientificos siempre andamos investigando y buscando todo tipo de conspiraciones naturales, de conexiones e interconexiones entre series de hechos aparentemente desconexos e independientes, y donde las relaciones entre las causas y los efectos aun no han sido determinadas. El objetivo de tal busqueda consiste en lograr detectar, definir, y abstraer modelos o patrones de la naturaleza, pero muchas de las pautas propuestas a menudo no se corresponden para nada con la supuesta realidad.
 
De ahi que en la ciencia es absolutamente necesario someter los criterios preliminares generados a la fina criba del analisis critico racional. La busqueda de tales configuracions o patrones, sin el simultaneo analisis critico y aplicacion de un equilibrado y sensato escepticismo, representan dos polos diametralmente opuestos de una ciencia y una metodologia cientifica incompetente e incompleta. La busqueda honesta y efectiva del conocimiento sobre los secretos que aun esconde la naturaleza siempre e inexorablemente requiere la concurrencia complementaria de ambas funciones. 
 
Por fin, las brillantes mentes que constituyen las ciencias medicas pueden dirigir su aguda y profunda mirada hacia las preguntas mas básicas y antiguas de la humanidad. Las respuestas y revelaciones que van surgiendo están a punto de echar por tierra mas de un supuesto moderno acerca de la intima maquinaria que dirige  el funcionamiento interno del amor.
 
Las concepciones tradicionales de la mente humana argumentan que la pasión emocional es una reminiscencia pesada y molesta del pasado salvaje de la humanidad, y que la subordinación o subyugación intelectual de la emoción es el triunfo de la civilización. Siguen a estos conceptos racionales aunque dudosas elucubraciones y derivaciones: por ejemplo, que la madurez emocional consiste en saber ejercer un control sobre las propias emociones. 
 
Pues bien, y siguiendo tales razonamientos, las escuelas primarias y secundarias pueden enseñar o adoctrinar a nuestros niños y jóvenes a perder sus mas puras y sensibles habilidades emocionales del mismo modo que les imparten clases de matemáticas, lengua, o geografía. De hecho no existe ninguna asignatura en el curriculum actual donde se enseñe a pensar o a comprender y expresar las propias emociones, así como las ajenas.
 
Por regla general se enseña a los jóvenes que para sentirse felices, deben aprender a superar con un frío pensamiento racional a sus obstinados y recalcitrantes corazones. Eso dice la convención, pero dudo seriamente que se este en el camino correcto.
 
Donde se enfrentan frontalmente intelecto racional y emoción irracional, la espontánea e intuitiva irracionalidad del corazón a menudo demuestra, con gran diferencia, la mayor sabiduría. En un sorprendente giro de 180 grados en redondo, la ciencia – o sea, la mano derecha de la razón – lo esta demostrando con creces. Y esta demostrando que la antigua arquitectura emocional del cerebro límbico, mucho mas antiguo que la arquitectura de la corteza racional, no es un pesado lastre animal de tiempos primitivos y remotos. Todo lo contrario: representa nada menos que el eje de rotación existencial central de nuestras vidas. 
 
Y lo representa porque nuestras vidas transcurren inmersas en un amplio y profundo mar de fuerzas invisibles y mensajes silenciosos que conforman nuestro momento presente y destino. Como individuos y como cultura, nuestras posibilidades de amor y felicidad dependen de la capacidad que tengamos para descifrar un intimo, oscuro, y mundo oculto que gira de forma invisible, improbable, e inexorablemente, alrededor del eje del amor.
 
Desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte, el amor en nuestras vidas no solo representa el foco de nuestra experiencia humana, sino también la fuerza mas poderosa y vital de la mente. Determina nuestros estados de animo y afectos, estabiliza nuestros ritmos corporales circadianos, y modifica la forma de la estructura cerebral. El amor, en su infinita sapiencia, nos hace lo que fuimos, lo que somos, y lo que podemos llegar a ser. 
 
Si bien esta claro que este articulo ahonda primordialmente en el terreno de la ciencia, no por ello se aleja del humanismo, lo cual aporta significado al  contenido del articulo. De esta manera, las ideas y los sentimientos de los científicos y los empíricos se unen a los de los poetas, los filósofos, y usted. Si bien sus respectivos puntos de partida pueden ser dispares tanto en el espacio, en el tiempo, y el temperamento, las voces que se escuchan en este articulo se alzan y convergen hacia un objetivo común – comprender el amor.
 
Pues bien, tengo plena conciencia de que cuando intentamos examinar el amor desde una perspectiva coherente nos adentramos en las entrañas de un formidable y escurridizo misterio. De hecho es muy probable que estemos intentando analizar lo inanalizable y comprender lo incomprensible. El amor es demasiado amplio y profundo para que se lo pueda someter en un marco de palabras. 
 
Dentro de mi infinitas imperfecciones y posibles errores inferenciales, intento definir el amor como la voluntad de una persona determinada para disolver los limites y limitaciones impuestas por su yo y expandirse el sí mismo con el fin de maximizar el propio crecimiento espiritual y el ajeno. Cuando uno es capaz de expander sus propios límites y limitaciones, ha crecido como persona y por lo tanto logra un estado de ser mas avanzado. De manera que el acto de amar es un acto de auto evolución aun cuando la finalidad del acto sea el crecimiento de alguna otra persona.
 
El hecho de expander los límites y limitaciones de uno mismo implica un enorme y sostenido esfuerzo. Uno expande sus límites sólo comprendiéndolos y superándolos, y esa superación requiere una gran pujanza. Poder amar, de verdad, también requiere de una gran valentía y coraje. No cualquiera es capaz de lograrlo.
 
No obstante, la gran mayoría de las personas suelen estar relativamente confundidas acerca de la naturaleza del amor ya que frente al misterio que representa el amor abundan sendos falsos conceptos y elucubraciones. Si bien este articulo no hará que el amor deje de ser un misterio, espero que pueda clarificar suficientemente la cuestión para contribuir a desechar esas falsas concepciones que provocan sufrimientos a todas las personas cuando intentan encontrar sentido a sus respectivas experiencias amorosas. 
 
De todas las falsas concepciones del amor, la más popular es la creencia de que “enamorarse locamente” significa amar de verdad, o por lo menos que ésta es una de las mas importantes manifestaciones del amor. Sin duda alguna, este concepto no representa toda la verdad ya que enamorarse es algo que se experimenta de forma enteramente subjetiva, de forma impactante, y como una experiencia real de amor.
 
Cuando una persona se enamora expresa ciertamente lo que siente diciendo “te amo.” En tal caso, y de forma inmediata, entran en juego dos transcendente y misteriosas incógnitas. 
 
La primera consiste en que la experiencia amorosa tiene relación específica con una experiencia erótica íntimamente vinculada al sexo. El sexo es algo muy básico y poderoso para la perpetuación de nuestra especie, y tendemos a enamorarnos cuando consciente o inconscientemente estamos sexualmente interesados. O sea, cuando la otra persona es sexualmente muy atractiva para nosotros. 
 
La segunda consiste en que la experiencia amorosa es invariablemente apasionada, irracional (por no decir “loca”), efímera, y transitoria. Esto quiere decir que sea quien sea la persona de la que nos hayamos enamorado locamente, con el tiempo dejaremos de estar enamorados si la relación se extiende lo suficiente. Esto no implica que indefectiblemente cesemos de amar a la persona de la que nos hemos enamorado. Implica que la apasionada sensación de éxtasis que caracteriza la experiencia de enamorarse siempre tiende a la decadencia. La acalorada y pasional luna de miel inicial siempre mengua y eventualmente llega a su fin.  
 
Pues bien, para comprender la intima naturaleza del proceso de enamoramiento, y su proyectado fin, considero imprescindible comprender la esencia de lo que en psicología y psiquiatría se conoce como “las fronteras del yo.” 
 
Cuando nacemos, y durante los primeros meses de vida, somos incapaces de distinguir entre lo que somos nosotros mismos y el resto. Al mover nuestras manos y piernas parece como si todo el mundo se mueve con nosotros. Cuando tenemos hambre el mundo también tiene hambre. Cuando vemos que nuestra madre se mueve es como si nosotros mismos nos estuviéramos moviendo.
 
Cuando nuestra madre habla o canta, no sabe si somos nosotros mismos quienes estamos emitiendo tales sonidos. No somos capaces de distinguir la cuna de la habitación o nuestros padres. Lo animado y lo inanimado representan la misma y una cosa.
 
Esta claro que en tales momentos todavía no existen distinciones algunas entre yo, tú, y el resto del mundo. Usted, su madre, y el mundo, son una única e indivisible unidad. No existen limites ni limitaciones, no existen fronteras, no existen delimitaciones o separaciones. En tales condiciones, y ya que todo pertenece a todo, tampoco existe el concepto de la propia identidad. 
 
En esencia, tal estado representa - con admirable exactitud - el estado de iluminación que en el Zen se conoce como Satori … pero ahora, no como un niño inmaduro recién nacido, sino como un adulto maduro. En tal caso, usted ha logrado estar en contacto con todo simultáneamente, sin mas, y su mente esta en un estado totalmente diáfano, puro, inocente, y en contacto directo con la realidad del mundo natural, como la mente de un bebe recién nacido. Eso, en esencia, es Zen.
 
Pero volvamos a nuestra historia. Usted continua siendo un bebe, pero con el paso del tiempo – y de una forma directa e inefable - comienza a experimentar la existencia y presencia de usted mismo, es decir, como una entidad viva pero distinta y separada de resto del mundo. Ahora, cuando usted tiene sed, su madre no siempre aparece para darle de beber. Cuando desea jugar, no siempre a su madre le apetece jugar.
 
Es ahí cuando usted comienza a tener la experiencia intuitiva de que sus deseos no representan una orden a cumplir de forma absoluta por su madre. Ahora, usted experimenta su voluntad como algo aparte o separado de la conducta de su madre. En esencia, en usted se comienza a desarrollar un primitivo vestigio del sentido de su propio “yo.” 
 
Esta interacción inicial entre usted y su madre representa el terreno sobre el cual poco a poco comenzara a brotar su propio sentido de identidad, o yo. En caso de que la interacción entre usted y su madre sea fria y distante - cuando falta la madre o cuando la madre demuestra un gran desinterés por usted – continuara creciendo y eventualmente será un niño o un adulto cuyo sentido de la identidad es muy deficiente. 
 
Todo esto desemboca en que cuando usted crece y reconoce su voluntad como suya propia y no como la del universo como unidad, comienza a hacer distinciones entre usted mismo y el resto del mundo. Cuando quiere movimiento agita sus propios brazos ante sus ojos, en tal caso ni su cuna ni el cielo raso de la habitación se mueven. De esta manera usted aprende que su brazo y su voluntad están conectados, y que por eso su brazo es suyo y no de otra persona ni del resto del mundo. 
 
De esta manera durante el primer año de vida aprendemos los elementos fundamentales de quiénes somos y quiénes no somos, de lo qué somos y de lo que no somos. Hacia finales del primer año sabemos que éste es mi brazo, mi pie, mi cabeza, mi lengua, mis ojos, mi voz, mis pensamientos, mi dolor de estómago, y hasta mis sensaciones. Conocemos nuestro tamaño y nuestros límites físicos. Esos límites son nuestras fronteras.
 
El conocimiento de estos límites dentro de nuestra mente es lo que se entiende por “fronteras del yo.” El desarrollo de las fronteras del yo es un proceso que continúa durante toda la niñez y alcanza a la adolescencia y hasta la edad adulta, pero las fronteras establecidas posteriormente son más psíquicas que físicas. 
 
Por ejemplo, la edad que va de los dos a los tres años es típicamente un momento en el que usted llega a un arreglo con los límites de su poder. Sí bien antes de ese momento usted aprendió que su deseo no es necesariamente una orden para su madre, todavía se aferra a la posibilidad de que su deseo pueda ser una orden para su madre.
 
A causa de esta esperanza y de esta sensación usted, a los dos años, generalmente intenta obrar como un tirano, como un autócrata que da órdenes a sus padres, hermanos, y animales domésticos de la familia, como si fueran elementos subordinados a usted. Además, responderá con pataletas de ira y furia cuando sus ordenes no sea cumplidas. 
 
Alrededor de los tres años usted generalmente se ha hecho más tratable y suave por haber aceptado la realidad de la relativa impotencia en que ciertamente está. Sin embargo, la posibilidad de la omnipotencia es un sueño dulce, tan dulce que usted no puede desecharlo por completo ni siquiera después de varios años de afrontar muy dolorosamente su real impotencia.
 
Aunque usted a los tres años llega a aceptar las fronteras de su poder, continuará todavía durante algunos años escapándose a un mundo de fantasías en el que todavía existe la posibilidad de su propia omnipotencia. 
 
Pero poco a poco y, aproximadamente a mediados de su adolescencia, usted se da cuenta que es una persona confinada dentro de las fronteras de su propia anatomía y que posee determinados límites en su poder. También se da cuanta de que es un organismo viviente relativamente frágil e impotente, y que su existencia depende de una intima relación y cooperación en el seno de un grupo de organismos semejantes llamados familia y sociedad.
 
Dentro de ese grupo usted se distingue de los demás por las fronteras de su propio yo en términos de lo que esta en su interior, o sea dentro de su frontera del yo; y de lo que esta ahí fuera, o sea fuera de su frontera del yo. Los demás también poseen sus respectivas fronteras del yo, cosa que genera una sensación de distancia y aislamiento. 
 
Ahora bien, dentro o detrás de sus propias fronteras del yo usted se encuentra y siente completamente aislado y solo. Esa sensación de extrema y profunda soledad existencial es el altísimo precio que usted debió pagar por crecer y conseguir un yo adulto que lo defina como tal y que además lo diferencie de los demás y el resto del mundo.
 
Casi todos nosotros sentimos la soledad como algo penoso y anhelamos escapar de ella. Poseer la capacidad para salir de detrás de los muros de nuestras identidades individuales – creadas por las fronteras de yo – representa una oportunidad para encontrar una situación en la que nos sintamos más unificados con el mundo exterior. Y es precisamente ahí, en este punto, donde la experiencia de enamorarse nos permite esa evasión… pero de manera ilusoria y transitoria. 
 
La esencia del enamoramiento no consiste en una "fusion" de las respectivas fronteras del yo, sino que es un deseado y repentino "colapso o derrumbamiento" de una parte del andamiaje que constituye las fronteras del yo. Tal desmoronamiento permite que parte de la frontera del yo se disuelva y que usted sea capaz de fundir, unir, o fusionar su identidad o yo con el yo de la otra persona – la persona de la cual se ha enamorado – y viceversa.
 
La condicion de colapso a la cual me estoy refiriendo se produce cuando la naturaleza mas intima de un sistema o estructura - en este caso la frontera del yo - se desmorona por completo y cesa de funcionar como tal. El sistema se colapsa en su eje o estructura mas central y deja de sobrevivir como sistema.
 
Todo sistema o estructura depende de la relacion e interaccion existente entre la totalidad de sus partes. La estructura es creada cuando tales partes son colocadas de una manera especifica. Una torre representa una colocacion especifica de cemento y ladrillos, por ejemplo. En un colapso es precisamente esta colocacion funcional de las partes constituyentes lo que se desmorona o derrumba. Es precisamente asi como se debe conceptualizar el colapso de la frontera del yo a lo largo de este articulo. 
 
Ese movimiento de éxtasis que nos permite salir de los confines de nosotros mismos, que nos hace fundirnos de manera apasionada y explosiva en la persona amada, y la dramática cesación de la soledad que se produce al aparentemente disolverse las fronteras del yo, es experimentada por una persona cuando esta se enamora de otra. Que maravilla … o no …
 
En esencia, el hecho de enamorarse de tal manera tiene muy poco que ver con la finalidad de promover el desarrollo espiritual entre dos personas adultas. En tal caso la finalidad del proceso de enamorarse es poner término a nuestra soledad detrás de las fronteras del yo, así como asegurar tal resultado mediante el matrimonio. Ciertamente, y en tal caso, no pensamos para nada en nuestro desarrollo espiritual. Al enamoramos sentimos que hemos llegado a lo máximo y que no es necesario ni posible llegar mas alto.
 
Es mas, no sentimos ninguna necesidad adicional de desarrollo y nos encontramos en un estado de perfecta felicidad con el estado en que nos hallamos. Nuestro espíritu está pleno, completo, y en paz. Tampoco nos damos cuenta de si nuestro objeto de pasión necesita un adicional desarrollo espiritual. Por el contrario, lo percibimos - erroneamente - como un ser absolutamente perfecto. 
 
Según todo lo anterior, y si enamorarse no es amar, ¿que otra cosa puede ser entonces, además de un colapso o derrumbe transitorio y parcial de las fronteras del yo? Siendo totalmente honesto, me temo que el potente y primitivo componente sexual del fenómeno me hace sospechar que es un especie de truco genético-biológico con finalidades de apareamiento, reproducción, y perpetuación de la especie. Hay muchos y muchas que han caido en la trampa tendida por la biologia.
 
En otras palabras, el colapso patologico y transitorio de las fronteras del yo, que llamamos “enamoramiento,” constituye una respuesta estereotípica de los seres humanos a una configuración de pulsiones sexuales internas y de estímulos sexuales exteriores, configuración que sirve para aumentar las probabilidades de apareamiento sexual y afianzar así la supervivencia de la especie. Poco tiene que ver todo esto con el amor. 
 
O para expresarlo de una manera más directa, el enamorarse es un ardid (acción hábil con que se pretende engañar a alguien o conseguir algo) que nuestros genes (maquinas moleculares replicadoras) utilizan con nosotros para confundirnos y hacernos caer en la trampa de la pareja superficial, el hijo no deseado, o el matrimonio rápido y no premeditado. En todos los casos el mecanismo tiene éxito con respecto a la reproducción pero fracasa totalmente con respecto al amor. 
 
Para servir tan efectivamente la experiencia de enamorarse probablemente tenga como característica la ilusión (percepción o interpretación errónea de un estímulo externo real) de que esa experiencia habrá de durar para siempre. En nuestra cultura semejante ilusión se ve fomentada por el mito tan difundido del amor romántico que tiene su origen en nuestros cuentos de hadas favoritos de la niñez, cuentos en los que el príncipe y la princesa una vez unidos viven siempre felices.
 
El mito del amor romántico nos dice, en efecto, que para cada joven del mundo hay una joven que le está destinada y viceversa. Además el mito implica que hay sólo un hombre destinado a una mujer y sólo una mujer a un hombre, lo cual está predeterminado por los astros. 
 
Cuando encontramos a la persona a la cual estamos destinados, la reconocemos al enamorarnos de ella. Nos hemos encontrado con la persona señalada por el cielo y como la unión es perfecta estaremos en condiciones de satisfacer siempre y para siempre todas las necesidades de esa otra persona y luego viviremos felices en una unión perfecta y en armonía. Pero ocurre que no satisfacemos todas las necesidades de la otra persona, sino que surgen fricciones y dejamos de estar enamorados.
 
Entonces vemos con claridad que cometimos un terrible error, que no nos entregamos a la única y perfecta persona que nos estaba destinada, que lo que pensamos que era amor no era amor “verdadero” o “real.” En tal situación nada se puede hacer, como no sea continuar viviendo en la infelicidad o separarse.
 
Si bien en general los grandes mitos son grandes precisamente porque representan verdades universales, el mito del amor romántico no deja de ser una ilusión. En si, el termino ilusión se utiliza en psicología y psiquiatría para hacer referencia a uno de los trastornos de la percepción. Cabe distinguir dos modalidades: la ilusión y la alucinación. Su definición clínica consiste en falsas percepciones de la realidad producidas por un estimulo concreto.
 
Son deformaciones de la captación de aquello que entra por los sentidos. La persona altera la cualidad del objeto percibido y el resultado es el autoengaño. Todas las ilusiones implican un juicio inexacto de lo que percibimos, pero a partir de unos estímulos reales. Por otro lado una alucinación representa una distorsión de la realidad aun mayor que la ilusión ya que en ella existe una percepción en ausencia de un estimulo u objeto real.
 
El amor romántico, por lo tanto, quizá sea una mentira biológica y evolutivamente necesaria ya que asegura la supervivencia de la especie al alentar y aparentemente validar la experiencia de enamorarnos, experiencia que al mismo tiempo nos atrapa. 
 
Después de haber declarado que la experiencia de “enamorarse” es una especie de ilusión que en modo alguno constituye el amor verdadero, debo confesar que enamorarse – tal cual lo he descrito – no obstante suele ser algo muy cercano al amor verdadero. Para decir la verdad, el falso concepto de que enamorarse es una forma de amor verdadero está tan difundida precisamente porque algo de verdad contiene.
 
La experiencia del amor verdadero tiene también que ver con las fronteras del yo ya que supone una extensión de los límites de uno, donde precisamente los límites de uno son las fronteras del propio yo. 
 
Cuando ampliamos nuestros propios límites por obra del amor lo hacemos extendiéndolos, por así decirlo, hacia el objeto amado cuya felicidad y crecimiento deseamos potenciar. Para poder hacerlo, el objeto amado debe primero sernos amado; en otras palabras un objeto exterior a nosotros que está más allá de las fronteras de nuestro yo debe atraernos, debe ser susceptible de que nos entreguemos a él y nos comprometamos con él.
 
Tal proceso de atracción, entrega, y compromiso, se conoce como “catexis” y tendemos a  hacerlo con el objeto amado. Pero cuando lo hacemos con un objeto exterior a nosotros también incorporamos psicológicamente en nosotros una representación de ese objeto. 
 
Lo que ocurre pues en el curso de muchos años de amor, de extender nuestros límites por obra de nuestros catexis, es una gradual y progresiva ampliación de la persona, una incorporación en ella del mundo exterior y un crecimiento, en tanto que se produce un debilitamiento o disolución de las fronteras de nuestro yo. De esta manera cuanto más nos extendemos, más amamos, y menos nítida se hace la distinción entre uno mismo y el mundo. De esta manera, y eventualmente, llegamos a identificamos con todos y todo.
 
Y a medida que se atenúan y debilitan las fronteras de nuestro yo, experimentamos cada vez más intensamente ese mismo éxtasis que habíamos experimentado cuando se derrumbaron parcialmente las fronteras de nuestro yo y nos “enamoramos locamente.” Sólo que en lugar de habernos fundido transitoriamente e ilusoriamente con un objeto amado, nos fundimos de manera más permanente y realista con gran parte del mundo. Así puede establecerse una “unión mística” – semejante a lo que sucede en el Zen - con todo el mundo simultaneamente. 
 
La sensación de éxtasis, paz, y bienestar espiritual que acompaña a esta unión, si bien puede ser más suave y menos dramática que la sensación que acompaña al enamoramiento, es sin embargo mucho más estable, duradera y satisfactoria. En tal caso, las alturas y las profundidades espirituales logradas no brillan repentinamente para luego desvanecerse y perderse; se las alcanza para siempre. Es obvio que la actividad sexual y el amor, si bien pueden darse simultáneamente, con frecuencia están disociados porque son fenómenos fundamentalmente separados.
 
En sí mismo, y mirándolo fríamente, el acto de hacer el amor no representa una expresión de amor puro en si. Sin embargo, la experiencia de la actividad sexual, es una experiencia asociada también con un grado mayor o menor de derrumbe de las fronteras del yo y de su correspondiente y transitoria sensación de unión y éxtasis. 
 
A causa de este colapso de las fronteras del yo podemos exclamar en un momento determinado, “¡Te amo!”, y decírselo a una persona que no amamos y que por la cual unos instantes después (cuando las fronteras del yo recuperan su lugar) no sintamos ni el mas mínimo afecto. Esto no quiere decir que el éxtasis experimentado no pueda acrecentarse si se lo comparte con una persona amada; en efecto puede potenciarse. 
 
Pero aun sin tratarse de una persona amada el colapso de las fronteras del yo que se da conjuntamente con la actividad sexual puede llegar a ser total; durante unos momentos nos olvidamos por completo de quienes somos, perdemos la sensación del tiempo y el espacio, nos sentimos como si estuviéramos fuera de nosotros mismos, transportados a un mundo de unión, éxtasis, y felicidad. Incluso podemos llegar a fundirnos con el universo ... pero sólo durante unos segundos.
 
En el Zen ese segundo de comprensión inefable y fusión total con todo se convierte en un aquí y ahora que es siempre, todavía. 
 
El misticismo es esencialmente una creencia según la cual la realidad es unidad, no separacion. El místico más profundo cree que nuestra percepción común del universo que ve en él multitud de objetos, todos separados por distintas fronteras, es una falsa percepción de la realidad, de hecho una ilusión. Los hindúes y budistas usan la palabra “Maya” para designar esta general y falsa percepción, este mundo de ilusión que nosotros – en virtud de las acciones separatistas de nuestras fronteras del yo - erróneamente creemos que es real.
 
Ellos y otros místicos sostienen que la verdadera realidad sólo puede conocerse experimentando la unidad, lo cual se logra disolviendo y por lo tanto eliminando las fronteras del yo. 
 
Es imposible captar realmente la unidad del universo mientras uno continúe considerándose como un objeto separado y distinto del resto del universo de alguna manera. Por eso, frecuentemente los hindúes y budistas afirman que el niño antes de desarrollar las fronteras del yo conoce la autentica realidad, en tanto que los adultos no la conocen.
 
Y hasta sugieren que la senda que conduce a la iluminación (Satori) o conocimiento de la unidad de la realidad exige volver al estado puro e inocente de un niño recién nacido, pero sin perder en su totalidad la propia identidad. De ahí que el Zen sugiere que suframos un proceso de regresión para volver a convertirnos en niños. 
 
Ésta puede ser una doctrina peligrosamente tentadora para ciertos adolescentes y jóvenes que no están preparados para asumir las responsabilidades del adulto, las cuales les parecen abrumadoras y más allá de su alcance. Tales personas pueden pensar, “No es necesario tener que pasar por todas esas cosas adversas y desagradables de la vida; puedo intentar renunciar a convertirme en adulto y retirarme a una vida pasiva y contemplativa sin necesidad de asumir las responsabilidades del adulto.”
 
En tal caso lo que el individuo esta haciendo es huir de la libertad para asumir la responsabilidad de dirigir y vivir su propia vida.
 
Pero, al obrar de conformidad con la suposición de negarse a madurar como adulto incurrimos en un grave error. Casi todos los místicos comprenden la verdad que expusimos al terminar nuestra discusión sobre la disciplina: que debemos poseer algo o haber alcanzado algo antes de poder renunciar a ello y conservar sin embargo nuestra capacidad y competencia. 
 
El pequeño que no posee todavía fronteras de su yo puede estar en contacto más íntimo con la realidad que sus padres, pero es incapaz de sobrevivir sin el cuidado de los padres e incapaz de comunicar su saber. El camino que conduce al Zen pasa indefectiblemente a través de la madurez de la edad adulta.
 
Aquí no hay atajos cortos, rápidos, ni fáciles. Las fronteras del yo deben consolidarse y endurecerse primero. De hecho, es absolutamente necesario que se establezca una identidad propia antes de que se la pueda trascender – o bien disolver. Uno debe encontrar su propio yo antes de poder disolverlo y perderlo.
 
La transitoria eliminación de las fronteras del yo que se produce al enamorarnos, al practicar el acto sexual, o bien al usar determinados psicofármacos o sustancias de abuso, puede darnos un especie de caleidoscopio de lo que es el nirvana, pero jamás el autentico nirvana o Satori mismo. Uno de los ejes centrales de este articulo es que la iluminación verdadera y duradera, o bien el verdadero crecimiento espiritual, pueden alcanzarse sólo en virtud del persistente ejercicio del amor real. 
 
Cuando nos enamoramos, la pérdida temporaria de las fronteras del yo no sólo nos lleva a comprometernos con otra persona, sino que además nos introduce en la antesala del éxtasis típicamente místico al que podemos aspirar en una vida colmada del amor verdadero. Por eso, si bien el flechazo de enamorarse no es en sí mismo amar de verdad, tal experiencia forma una minima e integral parte del gran y misterioso esquema del amor que todos buscamos.
 
De ahí que ante la incapacidad de disolver correctamente las fronteras del propio yo resulte en el siguiente e iluminante dialogo entre Maestro y Alumno: 
 
Alumno: Maestro … 
Maestro: ¿Si? 
Alumno: Yo … 
Maestro: ¡No sigas! … ya estas en el error. 
 
Ahora nos queda claro el error señalado por el Maestro …
 

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